Miguel Manzano
“JERUSALEM, JERUSALEM”: UN CÁNTICO PARA UN DESFILE PROCESIONAL
MIGUEL MANZANO
Un preludio

Todavía recuerdo bien el día, por septiembre de 1983, en que Félix Gómez y José Luis Temprano, Abad y Secretario de la Hermandad del Smo. Cristo de la Buena Muerte se acercaron un día al Aula de Música donde yo daba clase, a pedirme que compusiera una obra vocal para ser cantada durante el desfile procesional fundado pocos años antes. Mi primera reacción, aunque no la manifesté, fue de extrañeza, pues yo sabía que algún canto ya venían entonando desde algunos años atrás, aunque también me había llegado la onda de que no era muy apropiada para el acto, ni en el estilo ni en el texto. Creo recordar que les dije que me dejasen unos días para pensarlo. Y no porque considerase el encargo difícil para mí, sino por razones muy personales relacionadas con mi forma de ver la Semana Santa, o más bien ciertos aspectos de ella. Pero no pude negarme a considerar la propuesta, puesto que al fin y al cabo ya había accedido otra vez a una petición parecida, componiendo, por compromiso de amistad,  una obra que después había resultado ser una aportación digna, original, novedosa y bien acogida, a un desfile procesional, hecho que debió, sin duda, de tener alguna relación con la petición que se me hacía.

 

El acuerdo

Debo decir desde el principio que también pedí el aplazamiento para darme la oportunidad de pensar un poco en ciertos detalles del trabajo al que quizá me iba a comprometer. Algunos de ellos afectaban a la propia obra, como el texto, el estilo musical y la posibilidad de una escritura a dos voces, si la Hermandad esperaba contar con la posibilidad de una interpretación digna. Por otra parte asomaba un aspecto delicado, el económico, al que yo no tenía una respuesta clara. Dudaba yo, en caso de llegar a un acuerdo, entre regalar la obra o poner un precio al encargo, y me decidí por proponer lo segundo. Y ésta es buena ocasión para explicar por qué lo hice, aunque entonces ya lo dije de palabra. A un encargo formal hecho a un profesional, la mejor manera de darle seriedad es que haya un compromiso económico y que se firme un contrato en el que consten los términos del mismo: la cantidad fijada como retribución, el plazo de ejecución, la constatación por parte de quien hace el encargo de que la obra cumple su finalidad. El acuerdo fue total y sin discusión en cuanto nos volvimos a ver. La cantidad pactada estaba a medio camino entre lo simbólico y lo estimativo, para que no pareciese ni un regalo encubierto ni una percepción que rebasase el aspecto de atención amistosa que se había tenido conmigo al hacerme el encargo. Quedó asegurado que yo escribiría la obra en un plazo breve, que permitiese el estreno en la próxima Semana Santa, y que la Hermandad se haría cargo de que hubiese un grupo de voces que cantara con dignidad y con seguridad (recuérdese que lo sublime y lo ridículo están a un paso).
A partir de aquel encuentro me puse manos a la obra (nunca mejor dicho), que quedó rematada poco tiempo después. Una vez escrita, fue ensayada provisionalmente con un pequeño grupo de algunos de los componentes de Voces de la Tierra, para que pudiese ser escuchada por quienes habían hecho el encargo. También recuerdo aquel momento de la audición, en el que necesariamente aquella primera impresión sonora, aunque fuese buena, no podía decir todo lo que sólo el paso del tiempo acaba de poner en claro. Pero era evidente que la obra gustaba, y que se me daba un voto de confianza para ese otro aspecto, todavía incierto, del eco que una música puede llegar a tener con el tiempo. Así que la composición fue entregada el día 21 de marzo de 1984 con todas las formalidades por ambas partes: la partitura original del JERUSALEM quedó en propiedad de la Hermandad del Cristo de la Buena Muerte, quedando la autoría, a la que no se puede renunciar, a nombre del autor, Miguel Manzano.

 

Los textos del JERUSALEM

Vayamos ahora a la obra en sí, después de este necesario preludio. Decía antes que uno de los puntos que me planteé fue buscar los textos apropiados para la composición. Haciéndome las preguntas básicas relativas al encargo, a saber, qué se debería cantar en esa procesión, quién diría las palabras del canto, qué palabras diría, a quién se las habría de decir, la respuesta vino sola. En un momento en que una imagen de Cristo crucificado es llevada en procesión por las calles, un texto muy apropiado era alguno que expresase la penitencia y el arrepentimiento que se supone a los creyentes que lo sacan por las calles y a los asistentes al desfile. Las palabras Jerusalén, Jerusalén, conviértete a Dios, tu Señor, que rematan cada una de las Lamentaciones del profeta Jeremías, y que se cantaban en los Maitines del Triduo Sacro venían como anillo al dedo para esta ocasión. En la obra las tomé como estribillo que se repite varias veces, ya que son el tema principal del canto. ¿Y qué texto tomar para las varias estrofas que habían de alternar con el canto del estribillo? Ante las inagotables posibilidades que ofrecen los textos litúrgicos, preferí escoger algunos textos de los responsorios de Maitines, en los que es el mismo Cristo el que habla, expresando su dolor por el abandono de sus discípulos(Mi alma está triste hasta la muerte; aguantad un poco y velad conmigo...), por la traición de Judas (Mi amigo me entregó dándome un beso como señal para que me cogieran prisionero...), por la cobardía de los amigos que le abandonan por miedo (Vosotros escaparéis y yo iré a morir por vosotros...). Y como lazo de unión entre la estrofa y el estribillo, aquellas palabras del responsorio O vos omnes, que la liturgia pone en boca de Cristo, y que han inspirado a lo largo de más de un milenio algunas de las músicas más hondas y bellas de la Semana Santa: Vosotros, todos los que vais por el camino, mirad y ved si hay algún dolor semejante al que yo padezco.
De este modo unos textos que en la liturgia cristiana vienen siendo cantados desde hace más de diez siglos, se encadenan aquí en un juego dramático en el que Cristo se muestra sufriente y el pueblo cristiano (Jerusalén es el símbolo litúrgico de la Iglesia creyente) le responde con una actitud de penitencia y arrepentimiento.

 

¿Por qué unos textos en latín?

La respuesta a esta pregunta es bastante fácil. Primero hay razones musicales, ya que el texto latino tiene una sobriedad y concisión, una contundencia, un ritmo, una fuerza evocadora que es muy difícil que tenga un texto castellano reciente. Pero además, habría sido muy difícil encontrar o encargar para un breve plazo un buen texto en castellano. Basta escuchar los textos insulsos, prosaicos y a menudo impresentables que se pueden oír en cualquier misa cantada, para convencerse de que hoy faltan creyentes que sepan decir su fe con hondura y fuerza poética. Poco importa en este caso que ni cantores ni asistentes entiendan del todo lo que las palabras dicen. Durante siglos ha sucedido esto, y no por ello se han dejado de cantar los textos en latín, porque la fuerza de la música es muy grande, y llega a zonas muy hondas de la persona humana, cuando es inspirada por la fuerza de la palabra.
Por otra parte, una procesión no es del todo un invento (valga la palabra) actual. Toda procesión religiosa es una pervivencia del pasado, una mirada a otros tiempos, una tradición secular que perdura, o al menos un deseo de enlazar con lo tradicional, aunque se instituya hoy mismo. Por ello un cántico en latín encaja perfectamente, mucho mejor que en castellano, en el entorno procesional en que ha de sonar.

 

La música del JERUSALEM

También la música, es más, sobre todo la música, debía cumplir perfectamente la funcionalidad de la obra encargada. Aunque los años que han pasado han demostrado que fue así, explico brevemente cómo la pensé. Primero, tenía que ser una música acompasada, con un ritmo severo y grave, como una especie de marcha fúnebre. Los cantores van desfilando cuando la cantan, y el ritmo había de adaptarse al paso lento del desfile. Cualquiera que escuche el JERUSALEM percibe que esta finalidad está lograda, sin que la música resulte por ello grotesca, ya que no es una caricatura, sino que es algo sincero, con intención. En segundo lugar, la música tenía que expresar la gravedad, la meditación, el dolor, la penitencia. Entre los modos gregorianos hay uno, el segundo, que desde hace más de mil años ha venido sonando para expresar estos matices. Por ello elegí esa sonoridad, tan apropiada al contenido de los textos y a la ocasión en que son cantados. Finalmente, acudí al recurso de la escritura a dos voces en estilo contrapuntístico, por dos motivos: para mostrar la solemnidad y el peso musical de la polifonía (que en este caso no es rudimentaria, sino esquemática, esencial), y para enlazar, lo digo modestamente y sin pretensiones, con una práctica secular, que en las músicas que hoy acepta la Iglesia con demasiada ligereza se ha olvidado casi totalmente, rompiendo lamentablemente con un pasado riquísimo.
Pero la sonoridad y la técnica contrapuntística no son más que recursos, materiales de construcción musical, digámoslo así. Porque con cualquier material musical se puede hacer algo inspirado, profundo, hondo, para más de un día, con una fuerza que logra comunicar con quien escucha, o también una música insulsa, falta de inspiración, anecdótica, que no logra entrar en la memoria colectiva. Si en este caso se logró con la música el intento que nos habíamos propuesto unos y otros, no soy yo quien tiene que decirlo. El tiempo es el mejor juez para estas cosas.

 

Y un epílogo

Acabo de decir que una música de calidad, es decir, inspirada, bella, que cumple bien la función que le es propia, es aquélla que al paso de los años no se gasta, no pierde fuerza, y logra entrar en la memoria colectiva. Creo no pecar de petulancia si afirmo que los años transcurridos desde que la obra empezó a sonar son una muestra de que el JERUSALEM ya ha entrado en la rueda del tiempo, formando parte como fondo musical de una celebración que ya va siendo tradicional. La prueba evidente de ello es que hasta se ha perdido ya el rastro de quien la compuso, y ha pasado a ser una obra anónima, de todos y de ninguno. El autor de una música no puede recibir mejor satisfacción que ésa, porque es buena señal de que acertó.    
Y es este aspecto el que me ha ayudado personalmente a salvar la contradicción en que me pusieron quienes me la encargaron. Ya dije al principio que siempre he sido crítico, desde mis años de estudiante, con ciertos aspectos de la Semana Santa de Zamora, mi ciudad de toda la vida. Cuando tuve alguna responsabilidad intenté resolverlos, creo que con sinceridad, en el ámbito en que me movía. La vida ha seguido su curso, y quién me iba a decir a mí que años después haría algunas aportaciones musicales a la Semana Santa. Nunca lo hubiera pensado. Pero tampoco me arrepiento de ello, pues sigo creyendo que la mejor forma de no equivocarse en la vida es hacer en cada momento lo mejor que uno sabe hacer porque es su profesión y su oficio, y hacerlo con la mayor perfección que uno puede.      

Jerusalem