Bajo el epígrafe genérico de rondas y tonadas recogemos en este primer tomo del Cancionero popular de Burgos las canciones que en conjunto podemos denominar de carácter lírico. El término ronda aplicado a una canción tuvo en origen un significado definido, y servía para denominar las canciones con las que la mocedad masculina cortejaba a las mozas. La eficacia del canto como parte de la ronda es más que evidente: con una tonada bien cantada el que la entona se puede insinuar, se puede declarar abiertamente, puede expresar el amor, el deseo, la zozobra… la variada gama de situaciones de ánimo por las que pasa un enamorado. Sin embargo lo primero que hay que dejar en claro es que en el caso de la ronda la música ha desbordado a la función, como tantas veces ocurre en la canción tradicional. (...)
En este segundo tomo hemos incluido las tonadas de baile y danza, cuyo amplio número es un claro indicio de la importancia que el canto tuvo por estas tierras como elemento animador de las coreografías. Ya en el temprano cancionero de Federico Olmeda quedaba patente que las voces y las panderetas de las animadoras de los bailes eran el principal soporte musical de los mismos, pues en su obra las tonadas de baile ocupan casi la tercera parte de los documentos musicales que él recogió.
El tercer tomo del Cancionero popular de Burgos recoge los documentos musicales y literarios a los que genéricamente se puede aplicar la denominación de Cantos narrativos, que le hemos puesto como título.
El repertorio recogido es casi totalmente inédito por lo que a Burgos se refiere. Siendo el narrativo un género en el que las músicas tienen un carácter más bien funcional, estando al servicio de contar una historia, es muy explicable que los recopiladores centrasen su atención sobre otros géneros del repertorio. Pero dicho esto, hay que afirmar a renglón seguido que el género narrativo es uno de los más relevantes del repertorio popular.
El volumen IV del Cancionero popular de Burgos contiene en sus páginas una amplia colección de canciones infantiles que por el número de documentos que abarca ocupa un lugar preferente entre los trabajos de recopilación que en nuestro país se han dedicado a recoger las canciones de los niños. Las 351 tonadas que hemos transcrito en este tercer tomo demuestran que una tradición que tuvo que ser mucho más rica hace unas cuantas décadas no ha desaparecido todavía de la memoria de las personas mayores, a las cuales ha ido dirigida preferentemente, aunque no exclusivamente por lo que se refiere a este tomo, la encuesta que ha sido la base de esta obra.
Desde mi primera recopilación zamorana tuve yo buen cuidado de recoger las músicas populares religiosas, convencido como ya estaba del valor, casi siempre musical, y muchas veces también literario, de los cánticos que el pueblo ha venido entonando desde hace varios siglos en los actos de culto y devoción litúrgicos y extralitúrgicos. Por lo que se refiere al Cancionero popular de Burgos, los documentos de música popular religiosa, recogidos todos en este tomo, suman un total de 649.
Aquí está, pues, este volumen, último de los siete que integran esta serie con aspecto de enciclopedia y que lo es, sin ninguna duda, de la tradición musical popular de Burgos, precedida por otros cancioneros anteriores recogidos durante más de un siglo y culminada en éste. Final y remate de un trabajo lento en la elaboración, amplio en el contenido documental y muy extenso en las reflexiones teóricas que llenan sus páginas, este tomo séptimo del Cancionero popular de Burgos cumple las aspiraciones de todos los que hemos colaborado para que esta obra viera la luz.